El amianto es un grupo de minerales fibrosos, compuestos de silicatos caracterizado por sus fibras largas y resistentes, que se pueden separar, y presentan la particularidad de poder ser entrelazadas solidamente y resistir altas temperaturas.
Francisco Puche, miembro de la organización Ecologistas en Acción, editor y escritor, que forma parte de la Federación Nacional de Víctimas del Amianto, explica que “ha habido hasta 3.000 productos de distinto tamaño y condición que contenían amianto, por ejemplo, las tostadoras de pan, los filtros de cigarrillos, los filtros de aguas y tuberías, pinturas impermeabilizantes, pastillas y pavimentos. En un documento publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el 2006, se estimaba en 100.000 el número de personas que mueren cada año en el mundo como consecuencia de la exposición a este material. La Organización Mundial de la Salud, en un informe realizado en el 2010, aseguraba que en el mundo hay unos 125 millones de personas expuestas al asbesto en el lugar de trabajo y, según cálculos de esta organización, la exposición laboral causa más de 107.000 muertes anuales por cáncer de pulmón relacionadas con ese material. Además, asegura el informe, un tercio de las muertes por cáncer de origen laboral son causadas por el asbesto.
Invisible y resistente El amianto, en su elaboración industrial, se desmenuza en fibras muy pequeñas del orden de una millonésima parte de un metro, que pasan a ser fibras invisibles e indestructibles. “En gran parte porque son muy resistentes a los ácidos y al fuego, por tanto permanecen casi más tiempo que la energía nuclear y está en todas partes, en el aire, en el agua y, por tanto, en los alimentos”, explica el ecologista.
Las primeras informaciones sobre los perjuicios del asbesto para la salud se remontan al año 1898, según Puche. “Después, a lo largo de los primeros 50 años del siglo XX, tuvieron lugar una serie de estudios científicos cada vez más serios en donde se ha ido demostrando la toxicidad de este mineral. El problema es que ha habido mucho tiempo de latencia entre la exposición y la muerte o la aparición de la enfermedad”. Pero solo hasta bien entrada la década de los 90, y sobre todo a partir del 2000, cuando comenzó a prohibirse en los países desarrollados, de hecho ahora mismo 55 de ellos no lo permiten”
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